lunes, 19 de octubre de 2009

Introduccion

Franz Kafka (Praga, 1883 – Austria, 1924) publica en 1915 la novela corta La metamorfosis. La historia se desarrolla dentro de la casa de la familia Samsa, donde el hijo, Gregorio, un día amanece convertido en un insecto y eso le imposibilita mantener económicamente a su familia. Es sorprendente que a lo largo de todo el relato, nadie toma atención a la transformación en sí (es decir, nadie se pregunta por qué sucede algo así de sobrenatural) solamente dirigen su atención a que Gregorio, de mantener el hogar pasa a ser el mantenido y eso crea un clima de tensión en la casa que termina por el repudio de la familia hacia el insecto.

Las obras de Kafka se caracterizan por desarrollarse en medio del absurdo y lo inexplicable. Las interpretaciones son numerosas: mala relación con su padre, su origen judío en época de guerra, las constantes enfermedades, los problemas sicológicos y otros tantos. Pero algo está en claro: Kafka pretende mostrar un mundo donde nada se rige por leyes lógicas, donde los seres humanos son sacudidos por destinos miserables y absurdos.

La metamorfosis es el claro ejemplo de la deshumanización. Gregorio Samsa, se despierta convertido en insecto pero lejos de espantarse de su nueva apariencia su principal temor es que se le haga tarde para ir a trabajar.

Resumen




La obra puede ser dividida en tres partes, según la evolución psicológica del personaje principal, Gregorio Samsa. La primera parte empieza cuando Gregorio Samsa se despierta convertido en un insecto enorme, de barriga abombada y muchas patas, algo que podemos suponer que es un escarabajo. Él está pendiente todavía del despertador para poder ir a trabajar porque todavía no se ha adoptado a la metamorfosis que ha sufrido su cuerpo. Entonces le llaman a su habitación desde las tres puertas que dan a ella, le llaman la hermana, el padre y la madre.


Gregorio hace un par de intentos fallidos por levantarse hasta que deja de caerse al suelo. Justo en ese momento oye como llega el apoderado de la empresa de transportistas-viajeros en la que trabaja. Preocupado por que le echen de la empresa logra abrir la puerta con la mandíbula y salir para hablar con ellos y tranquilizarlos, pero no se logra hacer entender. El salir la familia se encuentra por primera vez con el Gregorio-escarabajo.


Al verlo el apoderado sale huyendo de la casa y el padre enfurecido le mete en la habitación hiriéndole una de las patas. Después de la primera aparición de Gregorio empieza la segunda parte. La hermana de éste, Grete, intenta alimentarle, pero sus gustos han cambiado, ahora ya no quiere comida fresca, sino más bien podrida, putrefacta. En este momento sus instintos animales se sobreponen a los humanos. Su hermana le va proporcionando la comida podrida y le limpia la habitación hasta que llega a sentir asco, asco de su propio hermano. A partir de este momento ya le tira la comida o se la pasa con un trapo. Pero en estos momentos todavía ven al escarabajo como a su hijo o hermano y mantienen la puerta de su habitación y así puede verlos y escucharlos.


Un día, creyendo que Gregorio no les entendía, empiezan a hablar de dinero. Gregorio era el único que trabajaba en la familia y ahora nadie llevaba dinero, pero el padre afirmó que tenía algo ahorrado. A Gregorio este hecho le frustra, se siente engañado, porque siempre había querido cambiar de trabajo y no lo hacía porque debían dinero al propietario de la empresa por la que trabajaba. Es aquí cuando encontramos evidencias de l bondad del escarabajo y del materialismo y la tacañería de la familia, su afán de dinero hace que ellos sufran una mutación, si no física, mental. La hermana pronto deja de limpiar la habitación y sentirse insensible por Gregorio.


Le empiezan a sacar los muebles de la habitación, lo único que le recordaba a Gregorio su humanidad y sus recuerdos. Sólo pretenden dejarle el sofá donde se esconde cuando entran a hacer algo ahí dentro. Pero Gregorio intenta que no se lo quiten todo, se aferra a un cuadro de la pared y lucha para que no se lo quiten. Esto hace que la madre al verlo se desmaye y pierda el conocimiento.

Al llegar el padre da toda al culpa al escarabajo. Es entonces cuando Gregorio entra en la sala para ver como esta la madre y el padre saca toda la brutalidad y fiereza que hay en su interior y le tira una manzana que le queda incrustada en el caparazón y le provoca mucho dolor. La hermana se convierte en la antagonista y el padre es muy brusco, pero la madre, débil y asmática, parece todavía quererle. De todos modos ellos no pueden verle ya como quien era, sino como a un escarabajo. Él, sin embargo, es el mismo. Lo único que ha cambiado es su imagen exterior y su productividad como trabajador, ya que su nueva condición le hace imposible proseguir su rutina laboral.


Estos motivos, pues, llevan a su familia a rechazarlo y a verlo como una desgracia. Aquí empieza la tercera parte de la historia, dónde empieza el motivo de las puertas. Hasta éste momento la habían mantenido abierta, pero ahora ya la cierran y desde la rendija sólo es capaz de ver lo que pasa en la sala de estar. Al no tener ya dinero se ven obligados a despedir a la criada y ponerse los tres a trabajar. Mientras Gregorio sigue mal herido mientras la manzana se pudre dentro de él y empieza a tener recuerdos de su vida. Al poco tiempo entra una nueva criada al servicio de la casa y se cuida de la limpieza de la habitación de Gregorio que hasta el momento estaba olvidada. Ésta casi le mata un día con la silla por miedo a que le plantase cara. También por necesidades económicas meten en la casa a tres inquilinos a los que les no les dicen nada de la existencia de Gregorio. Mientras el cuarto de éste es usado de trastero y meten en el todo lo que no quieren. Una noche, la hermana de Gregorio se pone a tocar el violín y los inquilinos se muestran interesados. Des esta manera Grete se va a tocar a la sala de estar. A Gregorio el sonido del violín le da paz y le gusta mucho y decide introducirse en la sala de estar para ver a la hermana y hacérselo saber. Así es como se le cae la máscara a la hermana, su estado le repugna y asegura que hay que deshacerse de él, que no le entiende y que ya no es su hermano, que ya no es Gregorio. Gregorio se arrastra a su habitación deprimido al ver la traición de su hermana. Esa misma noche muere y la criada al a mañana siguiente encuentra su cuerpo ya menguado. Esa mañana sacan a los inquilinos del piso y deciden salir a pasear y escribir cada uno una carta al lugar donde trabajan para disculparse por el día que van a fallar. Es importante también el hecho de que deciden mudarse de casa y empezar una nueva vida, mas tranquila, aliviados y ya sin Gregorio. Así abandonan el pasado.


La Metamorfosis es una obra ubicada en el siglo XIX basada en aspectos simbólicos, está escrita en época propia del expresionismo (1912) porque expresa la angustia de la vida humana y la sutileza expresada en los sentimientos y emociones del autor, sin preocuparse de la realidad externa sino de su naturaleza interna y de las emociones que despierta en el lector. Kafka, como otros expresionistas, distorsiona y exagera los temas con la finalidad de hacer más intensa la comunicación artística, por lo que se adelanta al surrealismo de los años 20. De todas maneras su estilo es claro y conciso, no hay metáforas para describir el oscuro tema de la obra

El Impresionismo del siglo XIX

Aunque el término Impresionismo se aplica en diferentes artes como música y literatura, su vertiente más conocida, y aquélla que fue la precursora, es la pintura impresionista.

El movimiento plástico impresionista se desarrolló a partir de la segunda mitad del siglo XIX en Europa —principalmente en Francia— caracterizado, a grandes rasgos, por el intento de plasmar la luz y el instante, sin reparar en la identidad de aquello que la proyectaba. Es decir, si sus antecesores pintaban formas con identidad, los impresionistas pintarán el momento de luz, más allá de las formas que subyacen bajo éste.

El movimiento fue bautizado por la crítica como Impresionismo con ironía y escepticismo respecto al cuadro de Monet Impresión: sol naciente. Siendo diametralmente opuesto a la pintura metafísica, su importancia es clave en el desarrollo del arte posterior, especialmente del postimpresionismo y las vanguardias.

El Romanticismo del siglo XIX

El Romanticismo es un movimiento cultural y político originado en Alemania y en el Reino Unido a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Clasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos. Su característica fundamental es la ruptura con la tradición clasicista basada en un conjunto de reglas estereotipadas.

La libertad auténtica es su búsqueda constante, por eso es que su rasgo revolucionario es incuestionable. Debido a que el romanticismo es una manera de sentir y concebir la naturaleza, la vida y al hombre mismo es que se presenta de manera distinta y particular en cada país donde se desarrolla; incluso dentro de una misma nación se desarrollan distintas tendencias proyectándose también en todas las artes.

Se desarrolló fundamentalmente en la primera mitad del siglo XIX, extendiéndose desde Inglaterra a Alemania hasta llegar a países como Francia, Italia, Argentina, España, México, etc. Su vertiente literaria se fragmentaría posteriormente en diversas corrientes, como el Parnasianismo, el Simbolismo, el Decadentismo o el Prerrafaelismo, reunidas en la denominación general de Postromanticismo, una derivación del cual fue el llamado Modernismo hispanoamericano.

Tuvo fundamentales aportes en los campos de la literatura, el arte y la música. Posteriormente, una de las corrientes vanguardistas del siglo XX, el Surrealismo, llevó al extremo los postulados románticos de la exaltación del yo.

Arquitectura del siglo XIX


La arquitectura del siglo XIX es una arquitectura urbana. En este siglo las ciudades crecen vertiginosamente. Londres, por ejemplo, pasa de un millón de habitantes a finales del XVIII a casi dos millones y medio en 1841. Además, nacen nuevos núcleos urbanos en lugares situados cerca de las fuentes de energía o de materias primas para la industria. La revolución industrial iniciada en el siglo XVIII en Inglaterra se difunde a Europa y a los Estados Unidos de América. La industrialización crea la necesidad de construir edificios de un nuevo tipo (fábricas, estaciones de ferrocarril, viviendas, etc.) y demanda que éstos sean baratos y de rápida construcción; al mismo tiempo aporta soluciones técnicas a las nuevas necesidades. Por esta razón, desde el siglo XIX, la arquitectura y el urbanismo van indisolublemente ligados a la industrialización.
Sin embargo, no se puede hablar de uniformidad en los estilos y las soluciones arquitectónicas y urbanísticas, sólo de algunas constantes: tecnificación de las soluciones, empleo de nuevos materiales como el hierro colado, vidrio, cemento -éste a finales de siglo- y tendencia al funcionalismo. Al lado de estos datos que reflejan el empuje de la "modernidad", hay que recordar que la nueva realidad no es del gusto de todos y, frente al triunfo del maquinismo y de la técnica, se elevan las voces que reclaman un retorno al orden anterior. En arquitectura estas reivindicaciones se concretarán en los estilos revival.

Arte del Siglo XIX


En el siglo XIX el arte también fue el abandonarse en la contemplación, en ver la realidad que defendió Arthur Schopenhauer, pero la traducción pictórica de tal contemplación no fue uniforme como había sido en otros periodos históricos. Si en el siglo XII se puede hablar de arte románico, en el XIV de arte gótico o en el XVII de arte barroco, no existe un “estilo” propio del siglo XIX. El arte deja de ser un lenguaje común para convertirse en una especie de Torre de Babel desarrollada en el tiempo y en la que se van sucediendo vertiginosamente –no tanto, sin embargo, como en el siglo XX– los estratos estilísticos o “ismos”. Los cimientos de esta torre se levantan sobre algunos pocos maestros y, en cualquier caso, quizá excepto Rafael, cambiantes y discutidos por unos o por otros.



A medida que avanza el siglo XIX, los pintores se sirven cada vez menos del pasado para concebir su arte. Buscan angustiosamente un lenguaje propio del Neoclasicismo y el Romanticismo hasta el Impresionismo y el Simbolismo, pasando por el Realismo –en el siglo XIX se inicia la procesión de los ismos–, cada vez tiene menos difusión y aceptación. El público del arte se convierte entonces en una minoría generada en torno al “yo” creador. Es el público de elite y el arte de vanguardia o de pre-vanguardia.



El ser elite y el ser vanguardia hizo que el ciclo de los ismos fuese corto, cada vez más corto, como la evidencia, por ejemplo, el hecho de que en 1886 el crítico de arte Félix Fénéon ya hablase de Neoimpresionismo, cuando la primera exposición impresionista había abierto sus puertas apenas doce años antes, en 1874. Y el ser elite y ser vanguardia hizo también que los ismos no fuesen excluyentes entre sí en la práctica artística aunque sus principios se opusiesen, ni tampoco lo fuesen cuando pasaban a formar parte del arte oficial: “El realismo jugó un papel tan considerable en el arte francés del siglo XIX, que por un momento pudo creerse su maestro –escribía en 1892 el crítico Gustave Lamourret en la Revue des Deux Mondes–.




Sabemos ahora que se equivocaba, y, aunque su acción no esté aún agotada, se da cuenta de que ya ha perdido mucho terreno conquistado. Ha sucedido con él, en efecto, como con todas las escuelas exclusivistas que han pretendido reinar sobre el arte: en ningún momento de nuestro siglo, ninguna de ellas ha sido victoriosa del todo, ni vencida del todo. Más bien han existido en todas las épocas.

domingo, 18 de octubre de 2009

Sociedad,Educacion,Politica. del Siglo XIX

Edad Contemporánea es el nombre con el que se designa el periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa y la actualidad. Comprende un total de 220 años, entre 1789 y el presente. La humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los países recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan planteando para el futuro próximo graves incertidumbres medioambientales.
Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución Industrial, al tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases presidida por una burguesía que contempló el declive de sus antagonistas tradicionales (los privilegiados) y el nacimiento y desarrollo de uno nuevo (el movimiento obrero), en nombre del cual se plantearon distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron incluso las transformaciones políticas e ideológicas (Revolución liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones del mapa político mundial y las mayores guerras conocidas por la humanidad.
La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras que el arte contemporáneo y la literatura contemporánea, liberados por el romanticismo de las sujecciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios; se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas, escritos y audiovisuales, lo que les provocó una verdadera crisis de identidad que comienza con el impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado.
En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político), puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de la modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado.
En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social histórica del estado liberal europeo clásico, surgido tras crisis del Antiguo Régimen socavado ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración (L'Encyclopédie, 1751) a todo lo que no se justifique a las luces de la razón por mucho que se sustente en la tradición, como los privilegios contrarios a la igualdad (la de condiciones jurídicas, no la económico-social) o la economía moral[3] contraria a la libertad (la de mercado, la propugnada por Adam Smith -La riqueza de las naciones, 1776). Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad (con la muy significativa adición del término propiedad), un observador perspicaz como Lampedusa pudo entenderlas como la necesidad de que algo cambie para que todo siga igual: el Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente no homogénea, sino de composición muy variada, que junto con la vieja aristocracia incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de capital. Ésta, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora.[4] Ambas se asientan sobre una gran masa de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos estados nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial.
Sin embargo, en el siglo XX, este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en ocasiones mediante violentos cataclismos (comenzando por los terribles años de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918), y en otros planos mediante cambios paulatinos (por ejemplo, la promoción económica, social y política de la mujer). Por una parte, en los países más desarrollados, el surgimiento de una poderosa clase media, en buena parte gracias al desarrollo del estado del bienestar o estado social (se entienda éste como concesión pactista al desafío de las expresiones más radicales del movimiento obrero, o como convicción propia del reformismo social) tendió a llenar el abismo predicho por Marx y que debería llevar al inevitable enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el capitalismo fue duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de clase, enfrentados entre sí: el anarquismo y el marxismo (dividido a su vez entre el comunismo y la socialdemocracia). En el campo de la ciencia económica, los presupuestos del liberalismo clásico fueron superados (economía neoclásica, keynesianismo -incentivos al consumo e inversiones públicas para frente a la incapacidad del mercado libre para responder a la crisis de 1929- o teoría de juegos -que evidencia la superioridad de las estrategias de cooperación frente al individualismo de la mano invisible-). La democracia liberal fue sometida durante el periodo de entreguerras al doble desafío de los totalitarismos soviético y fascista (sobre todo por el expansionismo de la Alemania nazi, que llevó a la Segunda Guerra Mundial).
En cuanto a los estados nacionales, tras la primavera de los pueblos y el periodo presidido por la unificación alemana e italiana (1848-1871) pasaron a ser el actor predominante en las relaciones internacionales, en un proceso que se generalizó con la caída de los grandes imperios multinacionales (español desde 1808 hasta 1898; ruso, austrohúngaro y turco en 1918, tras su hundimiento en la Primera Guerra Mundial) y la de los imperios coloniales (británico, francés, holandés, belga tras la segunda). Si bien numerosas naciones accedieron a la independencia durante los siglos XIX y XX, no siempre resultaron viables, y muchos se sumieron en terribles conflictos civiles, religiosos o tribales, a veces provocados por la arbitraria fijación de las fronteras, que reprodujeron las de los anteriores imperios coloniales. En cualquier caso, los estados nacionales, después de la Segunda Guerra Mundial, devinieron en actores cada vez menos relevantes en el mapa político, sustituidos por la política de bloques encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. La integración supranacional de Europa (Unión Europea) no se ha reproducido con éxito en otras zonas del mundo, mientras que las organizaciones internacionales, especialmente la ONU, dependen para su funcionamiento de la poco constante voluntad de sus componentes.
La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en que las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen tanto la tendencia a la globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo tipo de identidades, muchas veces competitivas entre sí (religiosas, sexuales, de edad, nacionales, grupales, estéticas, culturales, deportivas, o generadas por una actitud -pacifismo, ecologismo, altermundialismo- o por cualquier tipo de condición, incluso las problemáticas -minusvalías, disfunciones, pautas de consumo).